CóMO SOBREVIVIR (Y DISFRUTAR) LOS TERRIBLES DOS AñOS DE TU HIJO

“Ya están aquí los terribles dos años”. Con tan solo mencionar esta expresión, muchos padres se quedan paralizados y se echan a temblar; sobre todo los primerizos que han escuchado, de sus amigos y familiares, cómo sus hijos pasaban de ser un tierno angelito a un demonio pequeñito. Y es que ese halo de leyenda que envuelve a esta fase del crecimiento —de los dos a los seis años— es real y propia del desarrollo, aunque muchas veces despierta cierta preocupación y miedo en los progenitores por no saber manejar una situación que hasta ese momento tenían controlada.

“Los terribles dos años es una etapa un poco complicada porque los niños empiezan a ser algo más autónomos, tanto a nivel psicomotor como intelectual”, explica Carmen Romero, psicóloga infantil, coach del sueño infantil y educadora certificada en disciplina positiva. “Además, suele coincidir con el momento en el que se les suele retirar el chupete o los pañales, y todo esto causa que entren en una fase de adaptación porque ya no son bebés, sino que ya son niñitos”. Y los padres y madres, añade, dejan de hacer de forma automática lo que hacían antes: “El niño lloraba, le dábamos de comer, por ejemplo. A partir de los dos años ese tipo de relación va madurando y los adultos empiezan a darse cuenta de que su comportamiento no tiene que estar tan centrado en la supervivencia del pequeño”.

“A mí no me gusta llamarlos así, porque esta edad es maravillosa”, matiza Miriam Tirado, periodista, escritora y consultora de crianza. “Lo que pasa es que para los adultos que están acostumbrados a tener un bebé de cero a dos años, que más o menos hace todo lo que le dicen porque es muy pequeño y no tiene tanta conciencia, tener un menor que empieza a madurar un poco más y a tener su propia opinión a algunos progenitores les molesta, y por eso se les llaman terribles”, puntualiza Tirado. Para ella, estos dos años significan todo lo contrario: este cambio les está diciendo a los padres que su hijo está sano, que hace lo que tiene que hacer y que se está desarrollando bien: “Y, además, este cambio no siempre ocurre justo a los dos años, depende de cada menor, algunos empiezan a los 20 meses, mientras que otros no lo hacen hasta los tres años”. “Esta fase puede variar en duración de un niño a otro. Algunos pueden comenzar a mostrar comportamientos desafiantes antes, mientras que otros pueden continuar experimentándolos después. Puede extenderse durante varios meses o incluso más de un año, dependiendo del menor y de diversos factores como su temperamento, su entorno familiar y su desarrollo cognitivo y emocional”, explica Marta Guerra Corral, psicóloga general sanitaria del Instituto Cláritas, un gabinete psicológico asentado en Madrid.

“A los dos años, el menor empieza a alejarse de su figura de apego, explorando el ambiente en el que se encuentra”, añade Rafa Guerrero, escritor y psicólogo infantojuvenil, “son los llamados terribles dos, una etapa en donde el pequeño necesita diferenciarse de los adultos de referencia”. “De vez en cuando mira a su madre o padre para comprobar que siguen estando ahí, no es que el niño sea autónomo, pero sí que en torno a esta edad aparecen los primeros momentos de hacer las cosas por ellos mismos”, continúa. “Es un momento en el que niño empieza a querer dirigir muchos aspectos de su vida, quiere imponer su criterio, en el que exige continuamente una serie de cosas que por los años que tiene todavía no le tocan”, retoma Romero.

“Los progenitores no pueden perder de vista que los niños saben muy bien lo que quieren, pero no saben lo que realmente necesitan. Somos nosotros los que tenemos el criterio y los que debemos irles guiando. Y eso, sin ninguna duda, muchas veces lleva a conflictos”, añade Romero. “Muchas veces, a un niño de dos años le dices: ‘Venga, que nos vamos’. Y te dice que no, que está jugando. Su opinión sobre las instrucciones que recibe choca con la racionalidad del adulto y muchas veces el acuerdo no es posible porque su cerebro está inmaduro, no entienden”, ejemplifica Tirado. La periodista aconseja que para lidiar con esta etapa los padres se informen bien y manejen la situación a través del juego y la imaginación. “Por ejemplo, irse al coche de forma divertida y amena. Seguro que el niño estará más contento si piensa que el coche es un barco a que le digan: ‘Vamos, súbete ya’. Si jugamos con las emociones, la imaginación, los peques conectan más con nosotros y están más dispuestos a colaborar”.

Cómo calmar al niño

¿Cómo actuar ante estos berrinches, rabietas u oposición a las normas? Romero aconseja mantener la calma. “Es muy importante que el niño sienta conexión con sus padres, pero desde la tranquilidad y el acompañamiento”, incide. “Si en cuanto nuestros hijos se enfadan, se ponen a gritar o nos hablan mal, nosotros hacemos exactamente lo mismo, lo que estamos haciendo es activar una espiral de faltas de respeto, y es muy importante saber que está ocurriendo esto para poder parar en el momento que vemos que va subiendo de tono”.

“El principal problema para controlar una rabieta es la falta de tiempo. Esta situación de estrés, normalmente, surge cuando tenemos más trabajo o cuando el niño tiene justo que entrar al colegio. Por lo que se hace casi imposible acompañarle durante el berrinche”, subraya Tirado. Para la periodista, lo ideal sería que primero los padres se mentalicen de que los adultos son ellos: “No podemos actuar como si tuviéramos tres o cuatro años”. Y recomienda respirar profundamente para poder pensar con claridad: “Llegar a la reflexión de que nuestro hijo es pequeño y que es normal que tenga una rabieta, buscar una alternativa a través del juego, antes de persuadirle a que haga lo que queremos”. “Hay que tratarles bien. Si sé que me la lía por la mañana, pues le despierto antes, por ejemplo”, continúa Tirado, “me anticipo a lo que sé que va a suceder”.

“Sobre todo los padres tienen que entender que el menor necesita hacer las cosas por sí mismo y diferenciarse de ellos”, añade Guerrero. Según el psicólogo, sobre todo deben evitar criticarle e impedirle que se desarrolle, obligándole, entre otras cosas, a que se quede en todo momento pegado a su madre o su padre. “Sobrellevar esta etapa es un desafío para los padres, pero hay varias estrategias que pueden ayudar a hacerlo más manejable”, añade Guerra. Esta psicóloga recomienda a los padres ofrecer opciones limitadas al pequeño para que pueda elegir, usar el elogio y la atención positiva para reforzar los comportamientos deseables y fomentar una relación positiva entre ellos. “Y, sobre todo, saber elegir las batallas: no todas las situaciones requieren una respuesta inmediata o una corrección”, añade Guerra.

Los terribles dos pueden ser maravillosos

“Los dos años es una etapa maravillosa”, sostiene Romero. Para la psicóloga, los niños son grandes genios, pero los padres tienen que saber llevarlos y olvidarse de esa primera etapa —desde el nacimiento a los dos años— en la que ellos decidían todo sin tener que negociar con el pequeño la hora del baño o la de la cena. “Ahora su hijo empieza a levantar el dedo porque él también quiere decidir. Y quiere formar parte de las decisiones y del equipo familiar, y eso es lo que tenemos que hacer, tenerlo en cuenta y hablar con él y negociar, pero desde la calma y el acompañamiento”, explica. “Además, a pesar de los desafíos que plantea esta etapa, los niños de dos años pueden ser increíblemente divertidos”, retoma Guerra. La psicóloga aconseja siempre buscar el humor en las situaciones cotidianas y que los padres se rían con su hijo: “Y que dediquen tiempo a crear recuerdos especiales y a disfrutar de los momentos de ternura”. Para Guerrero, todas las etapas son bonitas y esta, claro, también lo es: “No es algo personal contra nosotros, sino algo evolutivo por lo que pasan todos los niños”.

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